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10 oct 2012

La muerte se adueñó de la tierra sin mal

La muerte el 31 de mayo de 2006, de Julián Acuña, el niño mbya operado de una cardiopatía congénita en el Hospital Gutiérrez de Buenos Aires, y horas después, la de su hermano Agustín por una severa neumonía, mostraron en forma descarnada la desidia del Estado de Misiones hacia el pueblo originario que sobrevive en la provincia.
El Soberbio, Misiones (Patricia López Espínola/Fotos: Adrián Abad).Aunque la intervención quirúrgica de Julián -realizada el 15 de septiembre de 2005- resultó exitosa en términos científicos, su recaída un mes después (la patología se repitió por una deficiencia inmunológica irreversible) ya hacía prever su deceso. Pero nadie imaginó que doce horas después, sus padres Leonarda Velázquez, Crispín Acuña, y el resto de su familia, sufrirían también la pérdida de su bebé de apenas dos meses y medio.
A partir de junio y hasta noviembre 2006 (con el deceso de tres niños en Puerto Iguazú), la muerte se adueñó de más de 30 pequeños que caían fulminados. Deficiencia respiratoria, neumonía, desnutrición, paro cardiorrespiratorio, feto muerto, detallan las actas de defunción de los centros de salud.
Las muertes, que se difundieron oficialmente en octubre, se focalizaron sobre una población de 4100 aborígenes, donde la mortalidad infantil trepa a cifras récord por enfermedades prevenibles y previsibles en las 80 comunidades registradas en la provincia. Durante 2006, de 260 niños mbya controlados durante el año, el 60% presentaba algún grado de desnutrición. Aunque posiblemente sean más porque no hay rigurosidad en las cifras, y muchos recién nacidos no están inscriptos ni poseen DNI. Los referentes indígenas consideran que el problema de fondo es el despojo de territorios que impactó negativamente en las costumbres, la alimentación y la salud del pueblo originario.
La pérdida de sus territorios implica para los guaraníes el abandono de prácticas culturales y productivas, y la modificación de su vida comunitaria que provoca un cambio brusco de sus hábitos alimentarios tradicionales, a veces sustituidos por bolsones de comida que brinda el Estado provincial. Esta preocupación llevó al Consejo de Ancianos y Guías Espirituales a reunirse en una asamblea para que una vez más los escuchen quienes toman decisiones: “Nuestra cultura, en vez de preservarse, tiende a desaparecer. Queremos que las autoridades hagan algo para evitar más muertes de nuestros hijos”, pidieron los caciques con desesperación.

En brazos de Ñanderú, el creador

La desolación invadió la comunidad de Pindó Poty -a 35 Km de la zona urbana de El Soberbio- el 2 de junio de 2006. En el sector más cerrado -el opy (templo)- de las cien hectáreas donde se distribuyen unas 20 chozas con 21 familias, se realizó la ceremomia de despedida a Julián y Agustín Acuña. Como lo indica el tangará, ritual que hacen con el opyguá (señor del templo), sólo estuvieron presentes el máximo líder de la Nación Guaraní, Pablo Villalba de 101 años, los karaí opyguá (chamanes), y los jóvenes padres Leonarda Velázquez (18) y Crispín Acuña (22). “Sus espíritus se mantendrán siempre presentes en la comunidad”, dijo Crispín, antes de que los trasladaran al cementerio sagrado. Todos rogaron que, como pidió el cacique de Santa Ana Miní, Antonio Báez “las muertes de Julián y Agustín sean el puente para escuchar lo que decimos nosotros y no lo que quieren los yuruá (blancos)”.
Más allá de la muerte previsible de Julián, la del bebé Agustín es incompresible y podria haberse evitado, si solo en el Hospital del El Soberbio hubieran entendido la gravedad de la situación cuando el agente sanitario, Agapito Castillo , avisó que el bebé tenía convulsiones. La ambulancia llegó a la aldea media hora después de la muerte del niño. “Este duelo que sufrimos no es solamente de hoy, lleva más de 500 años. Maldito sea el día en que los hermanos que vinieron de lejos, descubrieron nuestros refugios. Somos nativos de esta tierra y somos argetinos. Nos duele  mucho que ante la muerte de nuestros hijos, los blancos vengan a pedirnos explicaciones. Nosotros conocemos la causa de nuestro sufrimiento, sabemos de las enfermedades, del hambre. Somos aborígenes y no nos reconocen el derecho a vivir en esta tierra grande. Hasta las vacas tienen miles de hectáreas para pastar y andar sin que nadie las moleste”, expresó el cacique en medio de un profudo dolor.
Pidió que los blancos respeten nuestra cultura para seguir siendo los que somos, para conservar nuestra familia y seguir creyendo. Desde hace más de 500 años que nos dicen que los aborígenes no creemos en Dios, que vivimos por vivir. Están equivocados, antes de que llegaran los blancos nosotros éramos un pueblo sano y en paz, nuestros hijos no morían de hambre porque teníamos recursos naturales,  alimentos, carnes, frutos. No sufríamos enfermedades de las que no podemos defendernos. Los blancos prometen medicamente y doctores y jamás cumplen. El aire que respiramos hoy está contaminado así como el agua que tomamos. Antes podíamos beber de cualquier pozo y hoy nos dicen que con esa agua nos vamos a enfermar. ¿Y quién pone los venenos en el agua? Se murieron nuestros hijos y nos piden explicaciones… ¿Y los blancos qué hicieron para evitar esas muertes?”, preguntó el cacique Báez ante la mirada de paisanos, médicos y periodistas que compartieron parte de la ceremonia del adios a los hermanitos Acuña.

Pérdida de su hábitat

Una gran defensora de la causa de los indígenas misioneros y fundadora de la primera escuela bilingüe de Misiones, Angela Sánchez, reflexionó acerca de la tristeza que impera en los guaraníes, por la pérdida de su hábitat, el deterioro de sus montes, la exclusión forzosa y la destrucción violenta influenciada por la cultura regional. “Todo esto representa un cambio cultural que trae consigo una mala alimentación al no contar con los recursos que les proveía el medio ambiente. Estas pérdidas (su cosmogonía, forma de alimentación y el sentido de pertenencia) se internalizaron en ellos y se exteriorizan en enfermedades depresivas y físicas que lamentablemente los van diezmando”, dijo a profesora Sánchez. (Publicado en Junio de 2007)

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