Eldorado, Misiones (Patricia López/Fotos: Alicia Rivas). Ya en libertad, María Ovando expresó au alegría porque "se hizo justicia. Agradezco a todos los que me apoyaron, ahora sólo quiero ver a todos mis hijos, y que Carolina descanse en paz", subrayó esta mujer que desde niña sufrió la explotación, la pobreza, la violencia, el abandono de un Estado que mira para otro lado. Quedó probado que María es inocente, pero en el camino hay muchos responsables; su historia es una más de las tantas que existen y que fue visibilizada a través de la movilización de varios sectores que sostienen una actitud casi heroica en esta provincia, donde las víctimas generalmente son victimarias y estigmatizadas.
Los jueces dispusieron la liberación inmediata de
Ovando, y desoyeron los argumentos del fiscal Federico Rodríguez, quien
había pedido una pena de cinco años de prisión por el delito de abandono
de persona agravado por el vínculo, haciendo caso omiso a las
condiciones de extrema pobreza en que vivían la acusada y su familia en
Colonia Delicia, sin considerar que se trataba de un caso de
"criminalización de la pobreza": María es analfabeta, vivía en
condiciones de vulnerabilidad junto a sus 12 hijos indocumentados, era
golpeada por su marido y picaba piedras en una cantera municipal para
sobrevivir.
"Ella murió arriba de mis brazos"
Antes de escuchar la sentencia María Ovando se dirigió a
los jueces, y recordó los últimos momentos de vida de su hija Carolina,
de quien dijo que había sentido un fuerte dolor en el estómago, por lo
que decidió llevarla a un hospital, situado a 25 kilómetros de su
vivienda. "Yo no tenía plata en ese momento, no tenía de dónde sacar,
pero salí a la ruta para llevarla al hospital. No hubo tiempo de
llevarla porque no paró ni un auto ni colectivo. Ella murió arriba de
mis brazos", relató.
Después contó que enterró a la pequeña en esa zona porque en ese momento estaba desesperada y no sabía qué hacer "Me duele lo que pasó con Carolina, pero hice lo que pude, llevarla al hospital; pero no me dio tiempo, no tenía plata, no tenía nada", subrayó entre lágrimas.
Ahora comienza otra historia. María necesita un trabajo, una casa digna para estar con sus hijos, aprender a leer y escribir, documentación, que le respeten sus derechos. Necesita de todo. Es hora que los Estados Nacional, Provincial y Municipal comiencen a hacerse cargo....
Historia de maltratos
María Ovando nació el 27 de enero. Tenía tres meses cuando su madre Epifanía la entregó a otra mujer, que la devolvió a los once años, sin haberla llevado nunca a la escuela. A partir de ahí a María le tocó trabajar en una casa de familia, hasta que cuando tenía 14, esa familia la entregó a un hombre que la doblaba en edad y tuvo su primera hija nació Perla Elizabet; después vinieron Alicia, Juan Ramón, Ana María, Roberto, Manuel, Catriel, Noelia, Roque, Carolina, Soledad y Cármen.
Ella nunca quiso a esos hombres, los padres de sus hijos. Todavía guarda en su cuerpo, en sus brazos las marcas de la brutalidad ejercida por ellos: cortes, heridas hechas con cadenas, y otras barbaridades.
Para dar de comer a su hijos, María trabajó despojando naranjas, tarefeando yerba y picando piedras en una cantera municipal. A los chicos los fue cargando en los yerbales, en las rutas y por donde ella anduviera casi siempre estaba embarazada o amamantando. A pesar de las horas de trabajo bajo el sol misionero, nunca pudo alimentar bien a sus hijos, la mayoría de las veces comían reviro, una mezcla de harina con aceite. Aquel día de marzo en que la pequeña Carolina lloraba del dolor de panza, María le ofreció reviro; pero la nena lo rechazó. “No tenía leche para darle, no tenía nada. La agarré y caminé para llevarla al hospital. Pero lloraba y lloraba, le dolía mucho. Me dijo ‘ay mamá!’ y se durmió. Al rato estaba dura y fría, estaba muerta".
Desesperada, la mujer fue hasta el arroyo y con sus manos enterró a la nena, aterrada, convencida que su marido Demetrio Ayala la iba a matar. El hombre se jactaba de que “yo hablo una sola vez, no dos”, y es ahí donde sacaba su arma y sonaban los tiros.
Días después, la policía detuvo a María con su beba de tres meses, a la que le arrancaron de sus brazos en la comisaría. “Vos no te merecés esta beba”, le dijo el agente burlándose, y asegurando que iban a sacarle a todos sus hijos "porque te vas a pudrir en la cárcel".
Y al que ella retrucó: “Le dije que iba a sobrevivir a la cárcel, que mis hijos eran míos y que yo los iba a recuperar”. En los veinte meses que siguieron nunca pudo ver a sus hijos, acusada de descuidarlos. La presión de varias organizaciones no gubernamentales que subrayaron la injusticia del proceso, en el que sólo se criminalizaba la pobreza y su condición de mujer, logró que el martes 27 de noviembre María fuera absuelta. Acompañada y ayudada por la dirigente del MTS, Vilma Ripoll, y un colectivo de mujeres que luchan contra la violencia de género. María se entusiasmó con la idea de vivir en una casa en Posadas junto a sus hijos, y con los que va a aprender a leer y escribir. “Quiero recuperar a mis hijos. Por primera vez recibo amor, esta mujeres me ayudan y ahora sé que voy a tener una vida mejor”, se esperanzó presagiando que comenzaba a escribirse otra historia....
Después contó que enterró a la pequeña en esa zona porque en ese momento estaba desesperada y no sabía qué hacer "Me duele lo que pasó con Carolina, pero hice lo que pude, llevarla al hospital; pero no me dio tiempo, no tenía plata, no tenía nada", subrayó entre lágrimas.
Ahora comienza otra historia. María necesita un trabajo, una casa digna para estar con sus hijos, aprender a leer y escribir, documentación, que le respeten sus derechos. Necesita de todo. Es hora que los Estados Nacional, Provincial y Municipal comiencen a hacerse cargo....
Historia de maltratos
María Ovando nació el 27 de enero. Tenía tres meses cuando su madre Epifanía la entregó a otra mujer, que la devolvió a los once años, sin haberla llevado nunca a la escuela. A partir de ahí a María le tocó trabajar en una casa de familia, hasta que cuando tenía 14, esa familia la entregó a un hombre que la doblaba en edad y tuvo su primera hija nació Perla Elizabet; después vinieron Alicia, Juan Ramón, Ana María, Roberto, Manuel, Catriel, Noelia, Roque, Carolina, Soledad y Cármen.
Ella nunca quiso a esos hombres, los padres de sus hijos. Todavía guarda en su cuerpo, en sus brazos las marcas de la brutalidad ejercida por ellos: cortes, heridas hechas con cadenas, y otras barbaridades.
Para dar de comer a su hijos, María trabajó despojando naranjas, tarefeando yerba y picando piedras en una cantera municipal. A los chicos los fue cargando en los yerbales, en las rutas y por donde ella anduviera casi siempre estaba embarazada o amamantando. A pesar de las horas de trabajo bajo el sol misionero, nunca pudo alimentar bien a sus hijos, la mayoría de las veces comían reviro, una mezcla de harina con aceite. Aquel día de marzo en que la pequeña Carolina lloraba del dolor de panza, María le ofreció reviro; pero la nena lo rechazó. “No tenía leche para darle, no tenía nada. La agarré y caminé para llevarla al hospital. Pero lloraba y lloraba, le dolía mucho. Me dijo ‘ay mamá!’ y se durmió. Al rato estaba dura y fría, estaba muerta".
Desesperada, la mujer fue hasta el arroyo y con sus manos enterró a la nena, aterrada, convencida que su marido Demetrio Ayala la iba a matar. El hombre se jactaba de que “yo hablo una sola vez, no dos”, y es ahí donde sacaba su arma y sonaban los tiros.
Días después, la policía detuvo a María con su beba de tres meses, a la que le arrancaron de sus brazos en la comisaría. “Vos no te merecés esta beba”, le dijo el agente burlándose, y asegurando que iban a sacarle a todos sus hijos "porque te vas a pudrir en la cárcel".
Y al que ella retrucó: “Le dije que iba a sobrevivir a la cárcel, que mis hijos eran míos y que yo los iba a recuperar”. En los veinte meses que siguieron nunca pudo ver a sus hijos, acusada de descuidarlos. La presión de varias organizaciones no gubernamentales que subrayaron la injusticia del proceso, en el que sólo se criminalizaba la pobreza y su condición de mujer, logró que el martes 27 de noviembre María fuera absuelta. Acompañada y ayudada por la dirigente del MTS, Vilma Ripoll, y un colectivo de mujeres que luchan contra la violencia de género. María se entusiasmó con la idea de vivir en una casa en Posadas junto a sus hijos, y con los que va a aprender a leer y escribir. “Quiero recuperar a mis hijos. Por primera vez recibo amor, esta mujeres me ayudan y ahora sé que voy a tener una vida mejor”, se esperanzó presagiando que comenzaba a escribirse otra historia....
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